jueves, 2 de abril de 2009

Siddhartha


¿Qué necesidad tienen tantas personas de llenar sus vidas de paz, de estabilidad estática y efímera; de felicidad, amor y belleza? Ciertamente a todos nos gusta complacer nuestros sentidos pero.. ¿La vida es eso?

La felicidad es un sentimiento, una emoción, no es una condición duradera ni mucho menos eterna; sin embargo, se ha convertido en un estatuto social, en un paradigma de la existencia: la vida es ser felíz.
En Siddhartha, de Herman Hesse, se plantea la siguiente cuestión: ¿Qué es necesario para lograr la paz? ¿Cual es el camino que conduce al yo, a la fuente y origen de todas las causas y de la existencia misma?

La vida o el cómo vivir bien no viene en un instructivo: la vida misma es caos, es impredecible, siempre cambiante y llena de misterios. Existen infinidad de personas, de filósofos y gurús que intentan explicar la vida y darle solución, valiéndose para ello de doctrinas que por más elevadas e intimidantes que parezcan, son sólo eso: instrucciones de cómo vivir la vida.

Francamente, no creo que exista una sóla frase que le funcione a otra persona que no fuera el autor, así como una religión o doctrina que le funcione de igual manera a dos o más personas. Estamos la mayoría de las veces acostumbrados a que alguien más nos explique las cosas, yo en lo personal conozco gente que no podría aprender a usar un celular sin la ayuda de alguien más.

A muchas personas les aterra la sensación de incertidumbre, de ignorancia y de miedo, y ante la increíble capacidad de la mente para crear soluciones, prefieren que alguien más les muestre el camino. Ciertamente es una solución inmediata y de menor dificultad, pero el precio a pagar es mucho más grande: no piensan, no crean, tan sólo recuerdan y ejecutan.

Siddhartha rechaza las enseñanzas del mismísimo Gotama, del Buda, porque ya desde entonces sabía que tal aprendizaje no podía reducirse a la meditación, a la disciplina y a la obediencia de un extraño.
La sabiduría y el conocimiento no son lo mismo: el conocimiento puede ser impartido, puede ser escrito, dictado y transmitido de persona en persona sin margen de error; la sabiduría puede de igual forma expresarse en palabras, mas no podrá jamás ser interpretada, experimentada y vivida de la misma forma.

Siddhartha sale al mundo para aprender de él, experimenta el caos en su interior, cuando lo que buscaba era la paz, el nirvana, y sin embargo encontró que no se trataba de buscar la paz, porque esta era efímera, se agotaba rápidamente y aparecían de nuevo las emociones caóticas.

En realidad no había que buscar algo: ni la paz, ni la felicidad, ni la riqueza, ni el amor. El tiempo que tarda una búsqueda está llena de frustración y tropiezos y sólo se encuentra una cosa a la vez, ya que los ojos sólo se fijan en su objetivo. En cambio, si no hay búsqueda de algo concreto, dichos tropiezos se convierten en objetivos y los vemos, los vivimos, aprendemos de ellos sin verlos como problemas o piedras en el camino, sino como el camino mismo de la vida.



viernes, 20 de marzo de 2009

Revolución


Alguna vez se han preguntado cuál es la finalidad de las contraculturas y en general, de todos los movimientos sociales que dan culto a la indumentaria pre-definida?
Llegué a la siguiente conclusión: El joven promedio suele tener frustraciones de todo tipo que es incapaz de comprender y por tanto de solucionar, esto debido a que fué educado para reaccionar a su entorno, y no para indagar en él.
Entonces tenemos ya dos factores que serán la fórmula exacta para que nuestro joven promedio obedezca a la vastedad de preceptos sociales disponibles: frustración, y desorientación.

El joven se encuentra entonces en una de las partes más críticas de su existencia y no sabe qué hacer; vacilante y lleno de dudas, da el siguiente paso: busca con quién identificarse.


No es que el identificarse con alguien resuelva el gran misterio de su identidad, aunque sí que le ayuda a sobrellevar la zozobra de su inexistencia. Vive entonces acompañado de un rebaño de rumiantes que sacrificaron las mejores horas de su soledad en pos de obtener autoestima y estabilidad inmediatas.
Una vez aceptado en el clan, el joven se ve obligado a cumplir con las reglas de la manada, y él lo hace gustoso: viste las mismas prendas, habla el mismo idioma, escucha la misma música, tiene las mismas creencias, los mismos gustos, las mismas metas y en resumidas cuentas, su espíritu se alimenta del mismo pasto.

Con el tiempo el joven, hastiado de regurgitar actitudes ajenas, madura y todo el esquema de identidad aprendido lo modifica de acuerdo a su nuevo estilo de vida, permitiéndose de vez en cuando ser el mismo que nunca fué, y que nunca volverá a ser.


El viejo ahora, tiene la conveniente ilusión de haber cambiado, de haber evolucionado, de haber dejado esos caprichos y actitudes nefastas para trascender a la fase de la vejez, donde se volverá cansado e inactivo, y se sumergirá en un mar de recuerdos, puesto que es mejor mirar hacia atrás que encarar el futuro donde le espera el fin, la muerte.

Su yo no morirá con su cuerpo, su yo en realidad nunca nació y nadie lo conoció nunca, tal vez por esa razón haya preferido desde un inicio que alguien más muriera, a que su verdadero yo muriera.